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martes, 31 de mayo de 2016

The maker's quilt

Casi, casi, se nos escapa mayo sin publicar el bloque correspondiente al mes.

Esta vez la afortunada ha sido Puri, y el tema por ella propuesto ha sido Anni Downs.

Como siempre lo más complicado es encontrar el bloque apropiado, una vez elegido, te pones con las telas, palitos y que se pare el mundo.

La telita del abrigo se me resistía, hay que ver lo que me costó....

Las bolsas me apetecían en clarito, pero casi se confundían con el fondo, con lo cual las tuve que poner unos bordaditos.

Creo que he conseguido con nota la boca los ojos y el pelo Anni Downs.

Lo mejor es que a Puri le ha gustado, no os perdáis los bloques del resto de mis compañeras, Beatriz, Charo, Isabel, Marta P, Marta F, Elena y Montse.

Para verlos todos reunidos, aquí.

Y sigo coso que te coso...

lunes, 30 de mayo de 2016

CAP. 3. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Andanzas y tropezones de Dikembe Biyombo

CAPÍTULO 3

De lo que fue de mi aldea


espués de la pérdida de Kama, todos decidieron que ninguno de nosotros saldría sin compañía del poblado. ¿Sabes?, ahora la medida se me antoja inútil e ingenua. Sirvió entonces para excusar el miedo que teníamos de alejarnos de la seguridad de las chozas y de nuestros mayores. Y la juzgo hoy en día inocente y vana porque cualquiera se puede imaginar un encuentro entre una fiera de ese calibre, y hambrienta, y un grupo opositor compuesto por unos cuantos críos cagados de miedo y desarmados. No hace falta tener mucha imaginación y experiencia en estas lides para saber qué hubiera ocurrido después del «¡Sálvese quien pueda!». Pero las mentiras de ese tipo y la suerte eran la base de nuestra supervivencia. Si no, ninguna madre nos hubiera mandado a por agua al día siguiente de la tragedia. Eso sí, con la advertencia de que fuéramos acompañados, sabedoras de que en el poblado nada más que había niños, mujeres y ancianos; los guerreros que no guerreaban, se ganaban la muerte, como ya he dicho, en la mina.  Otros eran los que hacían la guerra sin saber nosotros el motivo. Nuestros padres ya tenían bastante con ser explotados, porque, no sé si lo sabes, pero allí los turnos laborales no llegaban a las veinticuatro horas porque en la mina no había recursos eléctricos. Hoy día seguro que ya han logrado incluir en el convenio la jornada de veinticuatro horas. Por mucha fogata que encendieras no veías un pimiento agachado dentro de los agujeros. Lo sé por experiencia. Mientras el hambre nos mataba en silencio y los leones sin que fuéramos vistos, las milicias revolucionarias, que las había para todos los gustos, como los colores, sembraban el terror derivado y necesario para cualquier ambición de poder o dictadura que se precie, o acaso no te acuerdas ya de lo que tú mismo viviste y me has contado de los atentados terroristas. Sabes tan bien como yo que esas gentes necesitan del horror para que el efecto de su violencia sea aún mayor de lo que puntualmente es, que ya es bastante. De esa forma se ahorran víveres, desplazamientos, munición y el esfuerzo de apretar los gatillos. Cuanto más atroz es la toma de un poblado, cuantas más violaciones se cometen, más lejos llega la barbarie en todos los sentidos y más se oyen los gritos de las violadas. Los dos o tres que indultan los terroristas pasan por tantas aldeas al huir y al informar que ni siquiera la labor de un gabinete de prensa de un candidato a la presidencia de USA se le puede igualar. Y, además, gratis y engrandecida. El boca a boca no solo hace viajar las noticias, también las desvirtúa y exagera, para bien o para mal. Así, las veinte violaciones se convierten en cincuenta y los muertos se multiplican por cinco aunque no sepas multiplicar. Y así llegó la última masacre que no podíamos ni imaginar, por más veces que nos lo hubieran advertido. A mi familia la indultó el destino, pues en un esfuerzo por parte de padre para reconciliarse con madre, solo se le ocurrió que toda la familia hiciera algo en común. Pero, claro, allí donde nací, salvo cantar, dormir, y, a veces, comer, y siempre sufrir, poco se puede hacer en familia. No hay cines sino imaginación, no hay zoológico sino selva, no hay anuncios que te prometan la felicidad si compras un detergente, no hay televisión sino una iglesia, no hay cumpleaños felices que celebrar, no hay nada, salvo tirar para delante como sea. Bueno, la verdad que se puede ir a por agua en familia y darse un baño con muchas precauciones. Y eso en la época de lluvias. Así que con los cántaros y los pellejos nos fuimos todos al río donde, después de bañarnos y disfrutar del agua, comenzamos a recogerla en los cacharros. Justo en aquel momento, cuando casi acabábamos, oímos disparos y gritos. Madre mandó a todo el mundo que se escondiera. Yo me di cuenta de que mi hermana mayor, Delande, era la más afectada. Madre hubo de sujetarla y amordazarla con la mano para que no gritara y nos descubrieran. Era como ya si hubiera vivido la escena que ocurría en nuestro poblado, y que yo no era capaz de visualizar en mi mente infantil. Pero eso me duraría poco como verás. Porque, nosotros, pegados al suelo y tras unas matas, nos creíamos a salvo hasta que un miliciano a nuestra espalda, desde la otra orilla del río, nos habló en francés y nos ordenó que nos dirigiéramos a la aldea. Y para convencernos, porque dudábamos, disparó a nuestros pies. Mi abuela, en contra de lo que pretendían aquellas balas, a punto estuvo de meterse en el agua y encararse con el terrorista a manos limpias, pero madre la sujetó y, con suavidad y firmeza, la unió a sus hijos. Sin poder abarcar los cuerpos de todos nos guió pendiente arriba. Y allí quedaron los cántaros y los baldes. Claro, que poco importaban. Padre que se había quedado como una estatua después y antes de los disparos, reaccionó a los gritos de aquel hombre que solo se diferenciaba de él en que iba armado. No juzgo a padre, solo cuento lo que ocurrió. Yo no soy padre y, aunque quiera meterme en su pellejo, no sé como hubiera reaccionado. Quizá fue lo mejor para él y para la familia porque, a pesar de las diferencias con madre, seguimos teniendo padre, al menos mis hermanas. Y al ver mi aldea, lo oído cobró sentido y a partir de ese momento fui capaz de imaginar cualquier cosa. Llegamos en el momento en el que otro miliciano, con gorra y hombros llenos de estrellas, se subía los pantalones ante la madre de Kama que había dejado de gritar pero no de llorar ni de sangrar, y, tras ceñirse el cinturón, sacaba su pistola y, como el que bebe un trago de agua, disparaba en la frente a la mujer. Entonces, al mirar a mi alrededor y ver tanto cadáver, tanto fuego donde había chozas y tantos hombres armados sí pude imaginar el motivo de los gritos de las mujeres medio desnudas y de las más viejas muertas sobre la tierra. Pude ver a esos hombres disparando indiscriminadamente a cualquiera que se moviera y no fuera mujer joven. Ésas iban a ser carne de otros cañones y mercancía de otras madamas. Al menos estas mantendrían el pellejo y la esperanza, pero aquellas otras personas, nuestras abuelas, nuestros ancianos, nuestras madres, nuestros hermanos, y algún padre que otro, que debieron ser los primeros en caer no tendrían más posibilidad que pudrirse allí donde habían caído si se lo permitían las otras fieras. Nos dejaron allí, en medio de la explanada, rodeados de soledad y muerte, escuchando el crepitar de la madera y la paja al arder. El de la gorra se acercó y nos dijo:  «Ya lo podéis contar —se volvió y ordenó a uno de sus secuaces—. A la otra familia, matadla, estos son más. A la niña no». Hizo un gesto y todos los hombres armados desaparecieron rumbo a la selva, después oímos los últimos gritos de las niñas con las que aquellos que se autodenominaban guerrilleros harían un buen negocio con algunos de vosotros. Sin pensarlo, cogí un cuchillo del suelo e hice un gesto


Bajada de elconfidencial.com
de rabia. Recibí un mamporro de madre que me hizo soltar el arma, y en ese momento mi hermana Delande cayó desmayada al suelo. Y no es que ella fuera más sensible que los demás, que tardamos en hablar mucho tiempo, sino que tenía sus motivos, como verás más adelante, aunque lo supe después. Padre dijo un «vamos» apagado al que todos obedecimos. Acaso era la primera vez que lo hacíamos unánimemente y sin protestar. Nos alejamos un poco, menos mi hermana mayor, a la que hubo que levantar del suelo y traer a la cruel realidad. De ello se encargó mi abuela que, abrazada a su cabeza, parecía cantar sin palabras. Después le dio una contundente y cariñosa bofetada y Delande abrió sus ojos. Mayifa apretó contra su pecho la cabeza de su nieta para ocultarle todo lo que ya había visto más de una vez. Así, con los hombros caídos y Mayifa abrazada a Delande dejamos atrás nuestra vida, que buena o mala, nos habían arrancado como una muela de cuajo. Antes de abondar la explanada, madre se volvió y e hizo intención de correr hacia nuestra choza. Todos la seguimos con la mirada e imaginamos adónde y a qué iba, pero se paró, se volvió y vimos que de sus ojos manaba hacia fuera todo el dolor que nosotros sentíamos dentro. Y comenzó nuestra huida. O lo que vuestras estadísticas llaman la migración interna centro-africana. Los movimientos migratorios entre países africanos suman el 95% del total de ese continente arrasado por los que viven allí, a sueldo de los que viven fuera, para que velen por sus intereses. Solo te daré un dato: La RDC es uno de los países con más recursos naturales del mundo. Y, aun así, es una de las naciones más pobres de la tierra. Bien es verdad que los organismos oficiales occidentales culpan a Ruanda y Burundi de esa explotación, sin tener en cuenta que sus clientes son empresas del primer mundo que fabrican todo tipo de artilugios electrónicos miniaturizados, como los tan necesarios teléfonos móviles o tablets. ¿Qué sería de vuestro día a día sin el coltan? ¿O sin el uranio? ¿Qué harías tú sin tu móvil? Ya ni te lo imaginas. Ya sé que yo tampoco me salvo por tu interés en que tuviera acceso a eso que llamas Interné, y que tantos datos me ha aportado. Ahí he leído cómo vuestros avezados periodistas denuncian la trama que la mafia africana ha creado para explotar y vender en negro estas materias primas. ¿Pero quién compra a las mafias? ¿Quién hace rico a los militares ruandeses de alto grado? ¿Te lo has preguntado? Si se computaran todas las muertes segadas por las hambrunas, la religión u odio entre etnias, que Europa alimentó, y las guerras para controlar los yacimientos, tanto Stalin como Hitler serían hermanitas de la caridad al lado de los responsables de la violencia en África, aunque haya otras opiniones contrarias. Y eso que no hemos contado con la trata de blancas, en nuestro caso negras. Pero, agarrándonos al acervo popular del refranero de tu idioma, cabría decir que todos la mataron y ella sola se murió. Y, por supuesto ella es África. «Y encima nos salpican con sus gotas negras que deslucen nuestras imperfectas democracias» como más de un frente nacional opina. Cuando uno escucha que los ganaderos de tal o cual región o país han protestado por la situación del sector, uno piensa que razones tienen porque «todo anda muy mal». Pero cuando a continuación la noticia sigue y especifica que se han vertido no sé cuantos litros de leche, a más de uno nos chirría la información y más, cuando, por casualidad y tras informar de que en la ‘Tomatina’ (1) se han usado 150.000 kilos de tomates, las teles o las radios giran hacia las noticias internacionales y hablan de nuestras hambrunas y guerras. Y no es que este negro esté en contra de las fiestas populares, pero se pregunta ¿por qué no se tirarán piedras y enlatan los tomates y los donan a quien pasa hambre, aunque no sea en África y los tomates no sean comestibles? Las culturas son caprichosas y los pueblos más. Ya es complicado un individuo, como para entender las relaciones que establece con los demás y la sociedad que dan a luz. Todo esto que digo te puede sonar a demagogia, pero aun así no dejaría de ser cierto, aunque relativamente.







Al leer toda la correspondencia de Dikembe, si bien la primera vez lo hice de tirón y con ansia, no encontré ningún victimismo en sus letras. En todo caso, habrá más en mis palabras que en la suyas, aunque este no debe ser tenido en cuenta, pues es falso a todas luces. En mi defensa aduciré que todo aquel que se alinea puntualmente para defender una injusticia, y lo hace basado en la humanidad, corre el riesgo de exagerar aquello que siente porque, precisamente, la injusticia es un sentimiento, mientras que la justicia es un derecho más que universal. Y dicho esto, no sé vosotros, pero yo, cuando siento el mordisco de una noticia que nunca debería producirse, recurro a la aflicción y los pensamientos tristes se suman a la sensación de injusticia. Todo ello ayuda a que el siguiente donativo a una ONG duela menos en mi bolsillo. A otros, mejores personas que yo, les mueve a un voluntariado que mitiga en magnitudes muy pequeñas ese sufrimiento que nos hace arrostrar. No somos los individuos los responsables ni los activos que deberían solucionar estos problemas. No, señor, no. Deberían ser los estados y aquellas entidades que crean los desajustes en los derechos humanos, y, aunque algunos se vistan de ovejas y creen fundaciones para el desarrollo del tercer mundo, la verdad la sabemos todos. Podrían arreglarlo si quisieran. Eso sí, a todos se nos escapa el motivo por el que no lo hacen. Sentir dolor no sirve nada más que para sufrir. No arregla nada, como yo mismo con mis palabras. Hechos es lo que necesitan esas y otras gentes. Y por mucho que quiera hacer desde mi propia falsa seguridad de títere, sé que necesitamos el consenso de los poderosos. Aquellos que ponen y quitan gobiernos, aquellos que quieren arreglar sus mundos, aquellos que negocian con el mineral de moda, aquellos que se erigen en los mayores demócratas del mundo, aquellos que ensucian nuestros pulmones con sustancias tóxicas, aquellos que nos envenenan la sangre con proclamas nacionalistas... Llega un momento en que ves tantos aquellos como nosotros. Pero no me engaño, son más, y representan más, quienes cuentan que quienes mandan.





Tú sabrás lo que haces y tus motivos tendrás para pedirme que te escriba todo esto con detalle, porque no me creo que sea para que llene mis horas de holgazanería, según tú, y que yo uso para leer. Lo que sí te ruego es que seas prudente y no presentes mis miserias a cualquiera. Tenlo presente, por favor. Ayer hube de dejar para hoy tu encargo, la vista ya no me funciona como antes, prefiero leer a escribir. Ya hace tiempo también que pierdo altura aunque todavía pueda darte capones con la barbilla, no se te olvide. ¡Mira!, tu perro se está comiendo en estos momentos mi otra media zapatilla, así que ya sabes lo que puedes traerme como souvenir de tu viaje, no te doy más pistas. A buen entendedor… Ah, y le pongo la ración de comida que me dijiste, no vayas a pensar que le hago pasar hambre al pobre animal y por eso devora lo que no le corresponde, como tantos otros. Bon, el caso es que nos tuvimos que ir de donde habíamos llegado ya en otro viaje. Ni padre ni madre quisieron asentarse en el campamento de refugiados por el que pasamos sin pena ni gloria, y donde también contamos lo ocurrido. Allí repusimos fuerzas y víveres copiosamente, pero mis padres no aceptaron la hospitalidad ni los consejos de los cooperantes europeos. Allí nos vio a todos, menos a Mayifa, una médica muy amable. Y nos vacunaron de no sé qué. La más reacia a quedarse, incluso a pincharse, fue Mayifa, que ni siquiera quiso pisar el campamento, aunque madre consiguió que durmiera al final con nosotros bajo unas lonas y en el suelo. Con la excusa de orar, siempre se retiraba lejos de las tiendas de campaña. Ella decía que lo que contábamos nosotros pronto se olvidaría porque otros llegarían que contarían otras desgracias más nuevas. Que lo que había que hacer era dejar en paz a Delande y seguir hasta que nadie supiera de lo que estábamos hablando. Yo lo segundo no lo entendía, pero lo primero sí, y le daba la razón. Inevitablemente aquella familia, la mía, portadora de semejantes noticias, haría el trabajo propagandístico gratis a las milicias rebeldes, porque, por allí por donde pasábamos, dejábamos la simiente del horror con nuestras palabras. Y como mis padres no sentían suficiente lejanía con los hechos que te he contado anteriormente, ponían cada vez más tierra de por medio entre nuestra aldea desaparecida y los suyos, sin saber que el pánico lo llevaríamos siempre dentro de nosotros. No era cuestión de espacio, sino de tiempo, como casi todo en esta vida. ¿O no dices tú que la distancia entre dos puntos de esta ciudad se debe medir en tiempo y no en metros? Eh bien, c'est ça, mon ami. Y seguramente, para nuestro descargo, fuera cierto lo que mi abuela opinaba sobre el miedo que metíamos en el cuerpo a quienes nos acogían, y que no era otra cosa que otros vendrían detrás y contarían desgracias mayores que harían olvidar la nuestra, con lo que la bola de horrores rodaría y se haría cada vez más grande. Era la forma que habían encontrado aquellas malas gentes para llegar a Bamako. Lo que no sabían los rebeldes es que esos oídos oficiales no oían esa clase de noticias, pero sí las trasladaban al extranjero para que aparecieran en las portadas de vuestros periódicos, y así presentarse como garantes contra el terrorismo en mi país. Así llegaría más dinero de los fondos internacionales, más armas de cualquiera de los bloques militares y más ayudas políticas. Con lo que, curiosamente, los terroristas conseguían su propósito: llegar hasta las personas más lejanas a sus ideas. Si las malas noticias surgían de las sedes de las ONG no tenían tanta difusión y transcendencia, al fin y al cabo, están todo el santo día denunciando hechos como los vividos por nuestra familia, ahora lo sé. Ya sabes, la política se aprovecha de todo aquello que tiene a mano, por muy deleznable que sea, y convierte cualquier asunto negativo en positivo para la causa del político. ¿Cuántas veces has escuchado «No, con la vida humana no se puede hacer política»? Eh bien, c'est ça, mon ami. Y da igual que el gobierno de un país sea democrático, seudodemocrático, dictatorial o impuesto, la política busca el interés de los políticos. Con los ciudadanos no cuentan, como mucho son usados en la capital para ser abrazados por los ministros y presidentes en las pompas fúnebres de las víctimas, éstas elegidas por el impacto en los medios de comunicación internacionales, y aquellas, sus familias, para ser grabadas junto a los verdaderos protagonistas, ellos, y difundidas por la CNN, la BBC o/y Al Jaseera: «Miren ustedes lo humanitarios que somos, lo preocupados que estamos por los ciudadanos». Los ciudadanos muertos diría yo, porque por los vivos… Como dice una canción de hace unos años: «Lo están gritando/siempre que pueden/Lo andan pintando por las paredes» (2) . Pero, una de dos, o ya os habéis avezado a estas denuncias y peticiones, o es que os habéis quedado sordos y ciegos. Yo secundo esta segunda opinión, que los ojos que no quieren mirar también son sordos, porque yo sí oigo los gritos de angustia y no miro hacia otro lado. Y no solo me llegan los lamentos de mi aldea, de mi país o de mi continente. Te lo aseguro. Bon, dejemos a un lado mis percepciones y opiniones, porque, a parte de que no me has pedido estas últimas, vas a empezar con la cantinela de siempre: que si soy un quejicoso, que si soy un gemebundo, un apátrida y no sé qué cosas más…  Mejor te dejo, que por hoy ya es bastante y me he puesto de mal humor. Tu amigo,








(1) [↑][Volver] [] La Tomatina. Fiesta popular de Buñol (Valencia) declarada de interés turístico. Se celebra el último miércoles del mes de Agosto desde 1945, con algunas interrupciones. Fuente página oficial del evento
(2) [Volver] [] Versos finales de Por las paredes (Mil años hace) del álbum 1978, letra y música de Joan Manuel Serrat, lanzado ese mismo año.

domingo, 29 de mayo de 2016

Llaveros de tela

Qué peligro tiene un paseo por Pinterest!!!

Bueno, siempre es más económico por Pinterest que por la milla de oro, ¿o no?

Pues eso, a lo que íbamos, que vi algo que no me pude resistir hacer.

Siento no poder facilitaros el enlace porque ni siquiera lo guardé.

Creo recordar que son unos 25 cm. de cinta de mochila, decorada con lo que tengas más a mano, la cierras y le pones la argolla. 

Como diría mi amiga Beatriz, es un proyecto de satisfacción inmediata.

Aquí, con un juego de llaves para que veáis la proporción. Es la frase que se me ha ocurrido porque, normalmente, el fotógrafo me pregunta ¿otra foto con llaves?. Pensé que estarían metidas o similar.


Por cierto, el de los búhos, ya lo regalé como identificación con la mochila letrada de ayer.

Y sigo coso que te coso...

sábado, 28 de mayo de 2016

Una mochila letrada


En el mes de abril, tuve tres cumpleaños, que se juntaban con el día de la madre, porque se celebraron el día 30.

Como los regalos los iba a llevar a la vez, se me ocurrió que bien podían ser iguales. Dicho y hecho, tampoco estaba en momento creativo precisamente.

El primero, para mi cuñado Antonio, una mochila letrada (lleva letras, ¿no?).

Siento que el fotógrafo no hiciera una del interior (de ninguna de las mochilas), que todas llevan letras negras en una tela con fondo blanco.

Me gustó añadir algo en la mochila, como no había mucho tiempo, hice un antifaz:


Había mucho jaleo en la fiesta para advertir si le gustó, pero creo que va a ser divertido ver paseando a mi hermana, cuñado y niño con la misma mochila.

Por lo menos, a mi me lo parece.

Y sigo coso que te coso...

viernes, 27 de mayo de 2016

Llavero de tela

Cuando el demonio no sabe qué hacer, mata moscas con el rabo.

Si una costurerilla le entra el mono de hacer algo rapidito, puede ser un llavero. 

Mi intención era hacer algo "crazy", pero loco no significa que esté mal hecho.

Esta cara, bueno.....


Pero, ¿ésta? No, ya se que no llega, pero también tiene su encanto, solo hay que mirarlo con muchísimo cariño.


Mi fotógrafo, se vino arriba y siguió haciendo fotos.


Luego, le puso llaves de atrezzo.
Por un lado, colocando la tela para que no se vean los fallos.

Y por el otro, que por más que te esfuerces no hay quien lo disimule.


Pero como todo, yo siempre encuentro la parte positiva, al no ser perfecto, no lo he regalado, está encima de mi mesa de despacho y lo disfruto a diario.

Animaos a hacer algo "no perfecto" os lo quedaréis de por vida.

Y sigo coso que te coso...

miércoles, 25 de mayo de 2016

Mi primer mantel individual de patchwork

Vamos a tener que pinchar para ver en toda su plenitud este mantelito individual de patchwork. Si vas mal de tiempo, tampoco es tan importante.

A ver, no es el primero que hago, es el primero que hago para mi.

Tampoco lo he hecho a propósito, nada de diseño -se nota, lo reconozco-, pero es de estos días tontos que necesitas tener la mente ocupada.

Abres un cajón, el cajón de los bloques olvidados, y se te ocurre que bien podrías dar vida a unos cuantos.

Luego necesitas practicar con el acolchado, excusa perfecta para hacer un trabajo mecánico que te permite divagar con el pensamiento.

Porque yo pensar, lo que se dice pensar, ejerzo poco, pero a divagar no me gana nadie.

Y sigo coso que te coso...

martes, 24 de mayo de 2016

Dear Jane

Fieles a la entrega, más o menos mensual de unos bloques de Dear Jane, vamos a intentar disfrutar, en lo posible, de estos cinco nuevos.

B-11 Melissa's Cross

La verdad es que parece que está fatal, pero, no es así, lo he estado revisando y, vamos a ver, si que se me ha ido un poquito en el cuadrante superior izquierdo, pero los gajos, mucho mejor al natural, que tampoco hay que ser tan exigentes. 

M-13 Lynette's Diamond

Bueno, vale, tampoco está de 10, pero no le pienso repetir. Curiosamente lo peor son los verdes centrales, lo difícil, las curvas, están estupendas, no digáis que no.

G-11 Decisions, Decisions

Tengo que reconocer que estos bloques tan simplones no me ponen. Parecen fáciles pero requieren de un dominio extraordinario (cuerpo-mente) para que queden en sus sitio. Para hacer algo tan sencillo, hay que estar muy equilibrada, ¿quién lo está?

I-10 Iri's Medallion

Este bloque lo disfruté y eso se nota, no está de 10, está de matrícula de honor.
¿Qué no? ¿Quién me lo discute? Me gustan los bloques con algo de dificultad y me encanta que lleven muchas piezas, encajarlas es todo un reto.

C-9 Jane's Tears

La aplicación invertida no es lo mío, y se nota, pero este bloque con el fondo rojo tiene su áquel.

Ahora vamos a darnos una vuelta por los bloques de Lola que, seguro, estarán como siempre impecables.

Y sigo coso que te coso...

lunes, 23 de mayo de 2016

CAP. 2. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Andanzas y tropezones de Dikembe Biyombo





Capítulo 2

De quien soy y de mis primeros padres conocidos




o te quiero ocultar a ti, ni a nadie, de donde vengo, si bien, verás que no sabía donde iba, como a muchos de vosotros os debió pasar allá cuando no os interesaba lo más mínimo alcanzar una meta. Yo nací cerca de Gwane, junto a la frontera de la República Centro Africana, si bien crecen otra cercana a Shasa, no lejos de Karuba, estas dos en la provincia de Kivu del Norte, y las tres en la República Democrática del Congo, tal llaman ahora a esta nación,
ubicada en la zona central del continente Africano. El país donde nací, que me es indiferente, no así el continente, tiene casi más nombres que el miembro masculino para los que hablamos el español, porque, a parte del histórico Zaire y anteriores Estado Libre del Congo o Congo Belga, también es llamado Congo-Kinshasa, Congo Democrático o RDC. Y todo ello sin entrar en los idiomas nacionales de mi gente como el kikongo, el suajili, el lingala o el chibula a los que habría que añadir el idioma francés traído por los belgas, como bien sabrás. Así que podemos pasar de Repubilika ya Kongo Demokratika a République démocratique du Congo sin ningún esfuerzo, aunque también en este recorrido podríamos decir Jamhuri ya Kidemokrasia ya Kongo, Republiki ya Kɔ́ngɔ Demokratiki y Ditunga día Kongu wa Mungalaata para que ninguno de mis compatriotas me tilde de acallar sentimientos nacionalistas, aunque los nuestros no sean como los vuestros. Cualquiera podría pensar que tal amalgama puede llevar a no entendernos, y, acaso, si lo pienso, tengáis razón por vuestras experiencias, pero allí en el centro del continente negro hablar thamasek o bambara, por citar dos lenguas foráneas, no tiene importancia. Aquí quizá extrañes tú el catalán o el asturiano. En fin, que no conozco si madre me parió en aldea, en selva o en mina a cielo abierto. El caso es que nací de mujer, como todos, y tuve abuelos y abuelas, como todos, aunque yo solo recuerde una, como algunos. Mayifa me crió y pasamos las hambrunas juntos, aunque mejor sería aclararte que yo viví una y ella una docena. También recuerdo, ya instalados cerca de Makumba que padre, por aquel entonces era Mbo Biyombo, se ganaba la muerte de minero extrayendo coltan, a pesar de su edad, porque decir que se ganaba la vida no sería preciso ni justo, bien porque se la jugaba a diario, bien por lo poco que llevaba a casa y lo mucho que se dejaba por el camino. Y no solo en la bebida, ya que consiguió el trabajo al compartir su sueldo con el capataz. Y, a veces, ni siquiera lo traía encima sin orinarlo siquiera, porque otros, más vivos, se hacían con lo que menos nos sobraba en casa y ya había sido compartido. A este respecto, recuerdo las palabras de madre cuando venía padre recién apaleado y sin el jornal: «Podrían quitarte el hambre en vez del dinero, nos iría mejor a todos y a ti el primero». O aquello otro cuando llegaba sin un rasguño y más borracho que una cuba: «Si lo malo no es que te bebas el dinero, sino que me lo mees encima por la noche». No había insultos, ni juicios, pero la mirada con la que acompañaba madre ese deseo o esa otra premonición era peor que la noche que pasaba mi padre al raso. Sí, madre, por aquel entonces Kady Bemba, hija de Mayifa, era más despierta y avispada que padre y encontró la manera de que el jornal que ella empezara a ganarse, obligada por las pérdidas de mi padre, llegara íntegro a casa, y, a veces, engrosado por otros jornales de aquellos que no conseguían llevar a sus hogares, cómo y por lo mismo que padre. Sabedora, por experiencia parida, de que ninguna hembra se salvaba allí de violación, dio la vuelta a la tortilla, como te he oído decir en más de una vez, y por unos francos evitaba sufrir la violencia entre sus piernas. A la vez que se la ahorraba al posible agresor y descargaba a padre de los deberes propios de un marido. Y si el cliente iba muy ebrio, cargaba en la factura una buena propina por los servicios realizados a la ciudad de Karuba, que era donde se acercaba a ejercer su ancestral labor. Cuanto mayor es el mercado más clientes puedes pescar. De hecho fue lo que ocurrió al engendrar en Gwane a mi hermana mayor, Delande, de la que ya te hablaré más adelante y que fue protagonista de mi vida. Y me alegro que no estemos frente a frente, porque me preguntarías el motivo, así, al yo escribirlo por tu gusto y tú leerlo cuando te llegue, me siento libre de no tener que responder al instante como siempre me exiges con tus prisas, mon ami. Más tarde, los peligros de la profesión de madre se lo harían pagar caro, y no solo a ella, sino también a padre. Pero eso es adelantarse a los acontecimientos que tengo que relatar y para salvaguarda de mi honor, ya que heredé poco de quien debía y no es que les juzgue, porque pobre de aquel que intente erigirse en juez de los hechos que allí se desarrollan día a día. Y no me refiero a los publicados en vuestros medios de comunicación o los que corren por las redes, sociales o no, del mundo y que yo he cogido prestado y conocido no hace tanto. Si tú mismo, o alguno más supiera lo que hay detrás de un artilugio digital de última generación, lo olvidarías tan rápido como pudierais para poder seguir con vuestras prácticas habituales, como yo te veo cada dos por tres, con esos soniditos que me crispan y rompen los silencios deseados y necesarios. Que se me antoja que el cacharro ese tiene más importancia que un amigo. El coltan o coltán solo interesa a las multinacionales, a los gobiernos vecinos del mío y a las mafias propias que lo mueven hasta aquí. A ti, como a la gente de a pie, os suena a chino, si es que no habéis nacido en China o en mi país o en Brasil, como he sabido desde hace poco. Y mientras mi padre se dedicaba a sacar partido del alcohol y mi madre a sacar partido de la carne, yo, las más de las veces, no sacaba partido de nada, así que me iba con Mayifa que me solía contar historias mientras me limpiaba el pelo de mosquitos «moribundos» como ella decía, porque los chicos de mi edad estaban como padre en la mina. Yo cuando iba, era para suplirle después de que los ladrones se excedieran en la paliza. Pero yo no traía los dineros, se los daban luego a él, y ya te he explicado en qué los ocupaba. Todos en la familia éramos católicos, mis tres hermanas mayores incluidas, aunque una de ellas sería algo más, como te he dicho. Bien es verdad que mi abuela rezaba por libre, pues libres habían sido sus ancestros. Se conoce que a mí me pillaban más lejos, pues la libertad llegué a sentirla muchísimo más tarde. Mayifa tenía un importante ramalazo de animista, religión de sus mayores que nunca pudo dejar a un lado, con lo que su dios solo lo reconocía ella, cuestión que no debe extrañar, pues creo que a todos vosotros, los católicos, os pasa lo mismo. Pero pronto acabó mi holganza y no tuve tiempo de oír más historias de mi Mayifa, porque, al final, madre acabó como padre, no en la mina, sino apaleada a diario. Los hombres congoleses son como mis actuales vecinos, aquello muy usado ya no les gusta y si se pone a tiro, pues se le da una patada en el culo, si lo tiene. Así es como me vi yo de minero a tiempo completo, con siete años y un mazo que pesaba más que yo y que usaba indistintamente contra un cortafríos o contra los dedos de las manos que sujetaban el enorme clavo. Claro está que el que hacía de mamporrero del cincel era menor que yo. A la hora de elegir herramienta, a parte de los años, se impuso mi tamaño que no era muy normal para mi edad. Aún de adulto me siguen llamando grande: «Señor Biyombo, es usted muy grande». Te aclaro que se refieren al tamaño corporal como ya he declarado y tú sabes, porque ver grandeza en un negro que viene de la selva por parte de un refinado occidental, solo se da una vez cada dos mil años. Bon, seamos justos, tres, si exceptuamos a Kin Kong o a Gargantúa, también llamado Buddy, uno de los gorilas más grandesjamás robados a la selva, allá por 1929. Y estoy de acuerdo con que los de mi raza compartimos con los gorilas la mirada, acaso porque vemos las mismas cosas y sufrimos las mismas vejaciones. Aunque algunos de mi color se lo tomen a mal, a mí la comparación me parece un halago.
Gorila Gargantúa o Buddy. Foto capturada en TheANIMATERRA






No sé lo que pensaría mi amigo Mendes al leer esta palabras, pero yo pienso que ya es bastante ser un niño para que encima te exijan resultados económicos. Ya no es por la falta de moral o por crueldad que la esclavitud infantil es execrable, sino porque no es exigible. Y eso la convierte en injusta. Aquel que aprovecha su experiencia para que un niño produzca, cual obrero adulto, es digno de ser colgado por las pelotas, metáfora que me permito por mi condición de varón. A una cría se le puede enseñar cualquier cosa, que la aprenderá. Pero lo primero debería ser que tomara conciencia de ser una persona que puede elegir. Un niño puede obedecer por respeto o por temor. Meter miedo en un cuerpo infantil es tan fácil que cualquier miserable es capaz. Que esa persona te respete, solo está al alcance de pocos, por muchos padres que lo intentemos incluso. El “aquí mando yo” y lo que sigue ha dejado de funcionar. La sociedad ya no lo admite, aunque un hijo sí, porque él admite cualquier cosa. Otra cuestión es la consecuencia que puede traerte poner tus cojones encima de la mesa. Cuando te arrastres en las arenas movedizas de la vejez seguramente pienses “porqué no me habré callado”. Aunque, tal como veo a mi alrededor, o hemos criado cuervos o somos muchos los que hemos exhibido nuestros atributos en bandeja de plata. Si no, no se explica la dedicación de algunos hijos frente al olvido de otros. Estos últimos deben pensar que no han nacido de mujer como por el contrario afirma Dikembe. Este tema me debería ocupar y no solo preocupar. “Ya es tarde” es la disculpa que hoy me doy, mañana buscaré otra para acallar una conciencia que nunca está de acuerdo con lo que hago o no hago. Yo diría que mi noción de la justicia me la dicta el perro de un hortelano que ni come, ni deja comer, pero que está todo el días jode que jode. Duele leer las cosas que cuenta Dikembe, pero duele más pensar que siendo estas una ficción otras no lo son. Pero sigamos con la carta, porque mis palabras sirven para poco o nada, por eso mejor me callo.








En la aldea cerca de Karuba, que no es en la que nací, como te he comentado, hablábamos mucho de un joven en ciernes de convertirse en hombre. Unos sin saber nada y otros de oídas. Katuku se largó antes de realizar el ritual de los guerreros watutsi y wahutu, cuya mezcla define nuestra tribu, para dejar la adolescencia y convertirse en adulto para siempre. Nadie supo si llegó a conseguir aquello que dejó pendiente. Pero lo que sí consiguió fue sembrar entre nosotros la semilla de la duda. Si bien, había quien opinaba que era un cobarde. Conversábamos sobre si era mejor trabajar en la mina o seguir sus pasos. No todos podían elegir, porque, cuanto mayor te hacías, menos posibilidades tenías de ser elegido por los amos del yacimiento. Y claro, con la edad ya sabemos que nos hacemos más cómodos, y preferimos morir en casa a recorrer un camino desconocido, salida que nadie dudaba había sido abierta por Katuku. Un paréntesis, mi padre encontró un hoyo porque untaba al capataz. Lo que nunca pensamos es que hubiera otra posibilidad, aquella que me ocurriría a mí, por ejemplo. Pero con la edad que teníamos ningún crío se pone en lo peor o relata lo que no imagina. Eso queda para los mayores. Los niños fantasean, no se mienten ni pretenden engañar a nadie, los de aquí y los de allí. Esos sí que son globales. Si tú no te crees que yo, tu amigo, he visto a Muerte en la selva, es tu problema, porque estoy seguro de haberla visto. Otra cosa es que aquello que imaginé se correspondiera con tu realidad. De Katuku y nuestras habladurías aprendimos que la cuestión no era mejorar, simplemente se trataba de vivir un día más. Lo que todos cobrábamos en la mina volvía a manos de sus dueños. A través de las pocas tiendas que podías encontrar en kilómetros a la redonda. Todas eran suyas. Por lo tanto, no se trataba de ganar más, pues los precios se ajustaban a los jornales. Allí, mucho y poco dinero era lo mismo. Cuando los cuartos dejan de tener importancia o sirven para poco, es cuando aparecen los problemas. La semilla de aquel otro camino contrario al de aguantar carros y carretas para llegar al día siguiente germinaba entre algunos. También nos influía ver a los pocos ancianos que sobrevivían a pesar de todo. Luchaban para que sus antepasados no se olvidaran de ellos. Mantenían vivo lo que representaban y de donde veníamos. Y todo para nada. Pero, cuando se es viejo, y ahora lo sé, y acaso tú también, recordar es una de las pocas motivaciones que encontramos para seguir adelante, aparte de pedirle a un amigo que te escriba sus memorias, y no uso la ironía. La falta de alimentos y de futuro para los jóvenes que te rodean, te recuerdan lo que tú pasaste para llegar hasta donde nadie quiere llegar. Todo viejo que todavía tenía algún diente, podía roer las raíces que los niños cogíamos y llevábamos a la aldea en un juego tan macabro como divertido. Y el que más raíces y bayas encontraba era yo. Sí, yo, no te extrañe. Todos mis amigos decían que era porque yo veía más lejos, por mi altura. Y puede que tuvieran razón, además porque yo nunca me miraba los pies. Eso sí, les despistaba una vez avistada la mata y recogía de ella todo lo que podía. Cuando ya no cabían más bayas o raíces en el hato que hacía con mi camiseta de tu equipo de fútbol favorito, mira tú qué casualidad, llamaba a gritos a mis colegas, que antes de llegar ya sabían a qué iban. Por ello me gané el respeto de todos. Mi abuela me lo decía, «Dikembe, tienes un aire tan despierto como tus ojos que brillan sobre una piel tan oscura como tu suerte». Nunca supe si era un piropo o una maldición, incluso hoy no sé cómo tomármelo. Acaso era simplemente una verdad. Eso era lo que admiraban mis compañeros de juegos, un chico grande y despierto, con la misma ventura que ellos, diestro en hallar lo que sus abuelos podían roer y que me agradecían dándose palmadas en la calva. Si a eso le sumamos mi altura, poco normal para nuestra edad y para ti, se puede entender que destacara, porque el resto de características, la delgadez, la oscuridad de la piel, ir medio desnudos y sin zapatos, las compartíamos todos, amen de nuestro tiempo venturo. Aunque había otro chaval, este de estatura normal y más bien tímido, como tú, que también destacaba y cuyo futuro se truncó tempranamente. Su diferencia no la marcaba un físico heredado de los Twa, sino una gorra blanca y sucia en la que
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aparecían unos símbolos para nosotros desconocidos. Hoy sé que componían el famoso logotipo que Milton Glaser creara para la ciudad de Nueva York, aunque por aquella época uno, o ninguno, supiéramos interpretar esas letras y ese corazón. Tanto la camiseta como la gorra habían llegado a la aldea siendo prendas portadas por miembros de la ONG que, de vez en cuando, aparecía sobre la caja de un camión militar que nos dejaba grano de mijo, arroz, ñame y maíz. Además algunos volvían con el torso desnudo o destocados, como fue el caso aquel día en el que yo me hice con mi camiseta y Kama con su gorra. Cuando el camión se alejaba, todos los críos corríamos detrás. Todos tragábamos polvo pero corríamos contentos y bulliciosos. Gritábamos agradecimientos, despedidas y saludos. Por algún motivo extraño mi amigo Kama encabezaba la muchachada porque, normalmente, mis largas piernas me permitían llegar antes a cualquier sitio. El caso es que en nuestra aldea el gesto de agradecimiento consiste en golpearse con la palma de la mano lo más alto de la cabeza, y eso es lo que hizo Kama para ahorrarse los gritos que no llegaban a ningún sitio. Allí plantado, en la cresta que nos ocultaba la senda que nos comunicaba con el mundo, agradeció a nuestro modo la visita que nos permitía, esa primera noche, llenar a tope nuestras barrigas. La cooperante curiosa y ufana que, además estrenaba su altruismo activo, desconocedora de nuestras costumbres tan tontas y, primitivas, como tú opinas, entendió que mi amigo le pedía su gorra. Elisabeth no lo dudó y a modo de frisbee, lanzó su cap agarrándola por la visera. Su vuelo no fue como el del Espíritu de San Luis
(1) , pero tardó lo suficiente como para que yo no llegara a recoger el tesoro. Sé el nombre de la cooperante por lo que ya te contaré, no te extrañe. Al alcanzar yo la altura del regalo ya tenía un dueño orgulloso de lucirlo. Así que yo corrí tras el camión con los brazos en alto y cruzándolos por encima de mi cabeza. No sé que entenderían por mi alegría dentro del camión, pero vi salir volando del vehículo un trapo que me pareció una bandera. Levanté del suelo el trapo y vi que era una camiseta. Y me la planté. Tardé más en quitarme mi camisola que Kama su gorra, porque yo no me quitaba la prenda ni para dormir y él sí, aunque obligado por su madre. Elisabeth McKee estudiante de derecho, le contaría a sus compañeros de universidad la anécdota vivida y así comparar mi gente con la suya, nuestras necesidades con las suyas, y cómo, sin estar inmersos en una sociedad consumista, se valoran más las gorras y las camisetas. Ya te he adelantado que el futuro de Kama no llegó nunca, cosa que, por otro lado no era extraño entre nosotros. Y lo cuento por si alguien se pudiera preguntar qué hacía una gorra de semejantes características en un altar funerario de una aldea de África central. Aunque en realidad, la muerte de mi aldea llegaría poco después. Kama moriría por una causa muy corriente entre los africanos: por el ataque de un animal. Pero no por la picadura de un mosquito que es una de nuestras principales causas de mortalidad, aunque parezca mentira, sino por el ataque de un león que es más creíble. Esa gorra blanca que tanto orgullo le provocara a Kama sería lo que nos llevaría a identificar lo poco que quedo de su cuerpo cuando le encontramos a cien metros de la prenda. Los despojos a nosotros no nos dijeron nada, al contrario que la gorra, pero a nuestros mayores fue al revés, reconocieron las heridas de león y pasaron de la gorra, tal como hiciera la fiera. Cosa que no hizo su madre, porque ninguno de sus amigos, incluido yo, se atrevió a recogerla de la tierra, bon, ni siquiera a tocarla. Y como quiera que en mi cultura solo se entierra a los varones que hayan pasado la prueba de los guerreros, la que nos hace hombres, privilegio que también ganan las mujeres después de parir, Kama solo quedó en la memoria de sus padres y en los ojos que veían la gorra en ese altar que le erigiera su madre junto a la puerta de su choza de adobe y ramas. Sus amigos le olvidaríamos pronto porque nunca más volvimos a hablar de él entre nosotros. Y si no vuelves a hablar de alguien es porque nunca existió, por eso he dado mi brazo a torcer y me he puesto a escribir como era tu deseo. Por eso escribo su pequeña historia, para resucitar su recuerdo y si pudiera a él. En aquel momento la muerte era tan normal como la vida. Incluso, desde nuestra perspectiva, algunos podíamos pensar que la muerte era una liberación, tal como aquella cooperante, la dueña de la gorra, comentara después de contar mal la vivencia habida entre ella y Kama: «Para vivir así, más vale morirse. Esa vida no merece la pena ser vivida». Sus compañeros de universidad nunca supieron si se refería al niño de piel oscura que no se la pidió, o, en general, a todos los africanos pobres. No creas que todos somos indigentes, los hay cresos, que lo sepas, y no son futbolistas. Pero, volviendo a Elisabeth, lo que quedaba claro era que estaba convencida de que su vida se la había ganado ella porque era capaz de viajar sola a África a ayudarnos, que ya tiene mérito, y no digáis que no, porque no todos lo hacéis. Regalar tu tiempo a esos «negritos que deberían morirse —como ella misma decía— para no vivir en el infierno, porque estoy segura de que van derechitos al cielo» no es una de las prioridades de la mayoría de occidentales. Y hacéis bien, qué caray, para eso están los Estados y las ONG, como Médicos Sin Fronteras, por ejemplo. ¿Qué va a hacer un bróker, un publicista, un reponedor de supermercado o un contable como tú en Karuba, por ejemplo? Eh bien, c'est ça, mon ami
(2). Pero esa futura abogada no volvería a África. La presión paterna después de informarse de lo que ocurría por estos lares, si no llegó a convencerla, sí a prohibirla más «aventuras locas y peligrosas», es decir, altruistas. Si su hija quería ayudar a los demás debía «apuntarse a un voluntariado local, nos va a salir más barato en todos los sentidos y a todos, hija». Y así, Elisabeth hubo de elegir entre la universidad y su conciencia. Y justo, por haber visto nuestra miseria, eligió su carrera judicial con todo lo que aquello implicaba. Los señores McKee, satisfechos por la respuesta a su veto, decidieron regalarla un coche pequeño y europeo para trasladarse a la universidad, lo que ayudó a su hija a olvidar las penurias africanas, aunque jamás olvidaría su único viaje a ese continente. De todo ello me enteré al hablar con ella no hace mucho. Mi corto conocimiento del inglés me ayudó. Conseguí localizarla a través de la ONG, me costó mucho tiempo, esfuerzo y paciencia, pero pensé que se lo debía a Kama. Y, aunque le mentí, porque me presenté como el crío que le pidió la gorra, ella enseguida ubicó a Kama. Y al yo suplantarle y ella recordarle fue como sentirle vivo después de tanto tiempo, amén de agradecerle a ella tanto la gorra como su ayuda. «Se lo tengo que contar a mis hijos, ya ni me acordaba», fue lo que me dijo entre otras muchas cosas, algunas que ya te he contado. Cuando colgué, caí en la cuenta de algo ya sabido, que todos tenemos un precio, y que todos tenemos la libertad de mirar a un lado y no escuchar aquello que no nos interesa o nos hace daño. Poco le había informado yo, y ella me había contado su vida entera desde que creyó tirarme a mí la gorra y el nacimiento de su último nieto. Pero para eso había llamado, ¿no?, para escuchar. Y tú por hoy ya tienes que leer y yo tengo que hacer compra, leche y eso, ya sabes. Así que te dejo, tu amigo












(1) [El Espíritu de San Luis pilotado por Charles Augustus Lindbergh (1902–1974) fue el primer avión en sobrevolar el Atlántico uniendo América con Europa en una travesía sin escalas. El vuelo partió de Nueva York y terminó en París, a más de 5.810 km. de distancia. Duró 33 horas y 30 minutos. Fuente: EcuRed.cu y National Air and Space Museum.
(2) [Pues eso, amigo mío (fr.).