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jueves, 31 de marzo de 2016

The maker's Quilt


Estoy emocionada!!!!

Este mes he sido yo la afortunada!!!

Por si no os acordáis, nueve de nuestro grupo de diez, nos hemos embarcado en la aventura de hacer un bloque mensual, con el tema que elige la agraciada, en este caso yo, y la técnica la que prefiera la "hacedora".

¿Qué he elegido yo?

Pues máquinas de coser, no podía ser otra cosa.

Ahora os voy a ir enseñando uno por uno, según el orden por el que han ido llegando a mis manos.

El primero, el de Marta F, fijaos que rebonito es, está cosiendo un quilt de Londres, supongo en alusión a mi hija que andaba por esos lares.


El segundo, el de Puri, no se puede aguantar como maneja la máquina de coser.



El tercero, el de Montse, con una bobina de madera -sospecho que hecha por ella y pirograbado Maker's Quilt, una preciosidad.


El cuarto, de Isabel, que ha tenido el detalle de copiar mi logo y los colores. También podéis observar que la máquina está a la derecha, hasta ahora al revés que el resto, tal como está en mi blog. Divino. El bloque se llama CosoQueTeCoso.


Ya sabéis "que no hay quinto malo", en esta ocasión el de Elena, fijaos en el mini quilt de hexágonos, una maravilla, y el conjunto no puede ser más bonito.



El sexto, me lo trajo en mano Charo, se llama "la felicidad" y no me ha podido hacer más feliz.
Fijaos en el mueble, en su acerico de calabaza, los cajoncitos con sus pomos, la cesta con las telas, el pájaro revoloteando, vaya currada!!! Preciosísimo.



Estando Charo en casa, llegó el cartero con el bloque de Marta P, una monada, fijaos que está haciendo el muestrario de la puntadas de la máquina (¿habrá adivinado que tengo el mío a medias y me quiere echar una manita). Es chulísimo.


¿De quién puede ser el último?
Como no podía ser de otro modo, el de Beatriz, que se cruzó con la cartera.
Fijaos que rumbosa su máquina, también está en la misma posición que mi logo, pero creo que ha sido por casualidad. 
Me encanta porque está que echa humo, y me doy por aludida.


Os invito a pasar por sus blogs, que hoy publicamos todas los bloques, y seguro que nos enteramos de más cosas.

Si queréis ver los bloques anteriores, y los enlaces a las afortunadas, aquí.

Muchas gracias amigas, me habéis hecho muy feliz.

Y sigo coso que te coso...

miércoles, 30 de marzo de 2016

Canastilla Maya


Esta canastilla es para Maya, se compone de siete cositas:

Cesta
Mochila
Cojín de semillas
Sujeta baberos
Toalla eructitos
Dudú
Bolsita


Vamos a ver un poco con detalle, primero la cesta de arpillera en crudo con el forro en vichy rojos y su caramelo.



Después la mochila, que ya os enseñé con todo lujo de detalles aquí.



Ahora el perrito cojín de semillas.


El sujeta baberos




La toalla eructitos en piqué de florecitas y felpa.



El dudú, con etiquetas de diferentes texturas para que las vaya conociendo.



Y la bolsita para que guarde sus primeros zapatitos.



Os he puesto los enlaces a los tutoriales, por si estáis en "momento bebé" y os apetece hacer algo.

Y sigo coso que te coso...

martes, 29 de marzo de 2016

Una pregunta sobre Pinterest


Somos muchos los aficionados a los tableros de Pinterest.

Creo que cuando creamos los tableros, no sabemos muy bien el uso que le vamos a dar.

Concretamente, he estado guardando en "Me gusta" todo aquello que, evidentemente, me gusta y que, en un futuro, más o menos lejano, podría servirme de inspiración.

Los tableros, en principio, eran solamente de mis cosas, con el tiempo he ido abriendo otros seleccionando ideas que me encontraba.

Volviendo a los "Me gusta", ya tengo más de 1000 y mi pretensión es organizarlo por tableros.

No encuentro una forma directa de llevarlo a un tablero.

La única solución que se me ocurre es pinearlo, llevarlo al tablero correspondiente, y después a darle "No me gusta" para eliminarlo del cajón de sastre.

¿Alguna opción más directa?

Muchas gracias por vuestra ayuda.

Y sigo coso que te coso...

lunes, 28 de marzo de 2016

6ª entrevista: don Mauro

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Entre puntada y puntada
 5ª puerta


Desilusionado por no poder llevarme la grabadora, me equipé con un bloc de notas y un bolígrafo. Lo peor que podía pasar es que éste no escribiera porque, la verdad, no sabía cuando se había inventado este utensilio, por lo que cogí también un lápiz, por si las moscas. O mejor dicho, por si las ranas. Cuando llegué a sus dominios estaban más tranquilas que en mi visita anterior. ¡Menos mal! No di ni las buenas tardes para no levantar la liebre o la rana, según se mire. Me fui derecho hacia la primera puerta, ya sólo quedaban seis, y antes de agarrar el picaporte una de color amarillo con estrellas azules a la que le faltaba un anca y un ojo y le sobraban verrugas verdes saltó sobre mi hombro. «¿Llevas la carta de Mendrugo?», me preguntó. Inmediatamente me palpé los bolsillos. No recordaba haberla cogido. ¿O sí?. Me busque y no la encontré. “¿Y ahora qué hago?”, pensé. Y después escuché con un tono interesado y amable: «Si tú quieres voy a por ella, buen mozo». «Me harías un gran favor, me la he dejado encima de la mesa de trabajo. Me parece», contesté. «Espera, vuelvo enseguida». Aun coja y tuerta, saltó a una puerta que yo no había visto y se coló por el agujero de la cerradura. Estuve tentado de ir tras ella, pero después de lo que había vivido con esos batracios pensé que era mejor esperar. Y así lo hice. Tardé poco en sentirla otra vez sobre mi hombro y en dejar de ver la puerta que ella había usado. «Ahora me das un beso y yo te doy la carta”. No sin cierto reparo posé mis labios en los morros que me ofrecía la rana. Una vez toqué los suyos comenzó a saltar y a dar gritos de alegría. «¡He ganado, he ganado! Me debéis un cromo cada una. ¡Yupi! ¿Qué, que no me iba a besar, eh?».  «¿Oye, y mi carta?», le grité. «Tonto la has tenido siempre entre las hojas de tu bloc, donde la metiste en tu casa. Más que tonto». Me puse colorado, acepté la broma y me centré en lo mío mientras la besucona cobraba su apuesta.

—Perdone, ¿usté es?
—El autor de Entre puntada y puntada, y le agradezco que me haya recibido.
—Al revés, siento haberle cambiado los planes y que haya tenido que venir aquí, una gripe de esas malas le ha caído a Antón. Y no podía dejar esto solo. Y tampoco soy mucho de cafeterías.
—Lo entiendo y siento el motivo. Pero no se crea, no ha sido ningún incordio, sino todo lo contrario, jamás pensé que volviera a estar por aquí, y menos dentro de mi propia imaginación. Yo nací o naceré, según se entienda, aquí en este barrio, en la trasera de este edificio. Pero dejemos mi persona, y, si no le importa, hablemos de usté.
—A mí eso jamás me ha gustado, y lo sabe. Pero no me voy a adelantar a los acontecimientos. ¿Qué es lo que quiere saber de mí?
—No sé, lo que ha vivido desde la noche que llegaron los padres de su hoy esposa. ¿Querer conocer todo sobre usté sería muy pretencioso?
—Eso es imposible, y no por mí, que también, sino por el tiempo del que disponemos. Media vida se puede contar en dos palabras o en dos eternidades. De la misma forma que hay quien baja a por tabaco y parece que ha ido a la guerra, y quien la ha sufrido y vuelve a casa como el que ha bajado a por tabaco. ¿Entiende?
—Sí, perfectamente. Y tiene razón. Usté parece de los segundos.
—Eso es arriesgar una opinión sin información.
—No lo digo por lo que no sé. Lo de la guerra no lo entiendo como literal en su comentario. Mi opinión se basa en que ha intervenido en la vida de muchas personas para bien sin pedir nada a cambio y sin darle importancia.
—¿Y le parece poco lo que he recibido? Parece mentira que haya creado usté esta historia. Gertrudis, sin ir más lejos, es un regalo de Dios con la que compartí otro, Juan. Y ya no hablo de Elisa, su madre, ni de Servanda su aya y mi apoyo durante un tiempo muy difícil. ¿Qué le pide usté a la vida, amigo?
—Bien, no se tome a mal mis palabras, por favor, están dichas desde mi más sincera admiración. Y mira que es difícil que yo opine bien de un rico. En eso coincido con la Biblia, curiosamente. Ya sabe, el camello y el ojo de la aguja…
—Vayamos al grano, caballero. ¿No cree que sería mejor que me hiciera preguntas concretas y yo veo si las quiero responder o no?
—De acuerdo, tengo varias preparadas. Espere que saco mis notas, no quisiera dejarme algo importante en el tintero. ¿Empezamos?
—A su disposición.
—¿Qué me puede contar del calvario que pasó Antón para llevar a cabo la misión que le encomendó? A mí se me antoja que estaba fuera de las obligaciones de un secretario, dicho desde el más absoluto respeto.
—En principio intentaré rebatir su opinión. Le puede parecer un subterfugio pero Antón era mi secretario, y no sólo eso, no ha de olvidarse del adjetivo que califica al nombre y en este caso hablamos de “personal”, es decir, era, y es, mi secretario personal. Personal —puntualizó—. Con esta aclaración creo que el abuso que usté propone no existe. Dentro de las atribuciones de ese cargo se incluye resolver y llevar los asuntos personales y particulares de su patrón, palabra que odio por otro lado, cuando éste lo necesite. Por el contrario, hubiera entendido perfectamente que Antón se hubiera negado a llevar a cargo mi ruego. Pero, fíjese cómo son las cosas, lo que le voy a contar está hablado y consensuado con él, de hecho es de dominio público, entre las familias y allegados, claro. Antes de la aventura, Antón se sentía en deuda conmigo y con mi familia. Independientemente de que tuviera éxito o no, cuando volvió a Madrí ese sentimiento se trocó entre nosotros, y ahora, el deudor soy yo. Y creo que jamás volveremos a intercambiar los papeles. Desde otro punto de vista, lo que yo viví durante esos días, sin olvidar lo que vivió él, no se lo deseo a nadie. Y como le digo, no lo puedo comparar con su sufrimiento allí en Asturias. Pero aprendí una lección muy importante. Aunque consigas el éxito no siempre ganas. Es decir, que, aunque un asunto acabe tal como tú querías, si acabas sin los tuyos se reduce el valor de ese triunfo de forma drástica.
—Muchas gracias por su sinceridad, don Mauro. Hábleme ahora de su hijo. Estará hecho un hombre.
—Habla usté como si hubiera visto crecer a sus hijos.
—Así es. Tengo ese privilegio.
—Pero, ¿qué quiere que le cuente de Juan? Soy su padre, no sería ecuánime.
—No, no quiero que haga un juicio o valoración sobre él, sino sus vivencias con él.
—Ese es un asunto muy íntimo, señor mío, en el que están involucradas también otras personas que ya no están con nosotros. Entiéndalo.
—Se refiere a su mujer fallecida, Adela, ¿verdá?
—Y también a Servanda, es evidente.
—Pero yo no le pido que me hable de ellas. Y por supuesto, queda fuera de toda duda que tanto Juanín como usté no serían hoy lo que son sin la complicidad de esas dos mujeres.
—Eso es más factible, pero hablar de Juan, o de aquel Juanín, sin involucrar a esas personas, permítame decirle que es casi imposible, créame.
—Lo sé, don Mauro, pero me gustaría que, al menos, lo intentara. Es el personaje del que menos sabemos todos. No hay ningún interés malsano, se lo aseguro.
—Entonces le resumiré. Así será más fácil. Como sabrá usté, el precio que la vida se cobró por la de Juan, fue la de mi mujer. Acaso por ello, yo reaccioné culpándole a él. Por supuesto estuve equivocado durante un tiempo. Y Servanda no se sentía con autoridad moral para sacarme de mi error. Recuerde que nos conocimos al mes de nacer Juan. En aquel tiempo nuestra relación no era la que después llegó a ser, convivencia que permitió a esa gran mujer sacarme de los muchos errores que cometí después. Pero en aquel momento no, aunque lo decía, no se crea. Todavía recuerdo como entraba en mi despacho y me decía: No culpe al guaje, don Mauro. Y me daba las buenas noches. Aunque de ese error me sacaría Gertrudis, curiosamente. Aquélla que iba a sustituir a quien, sin querer y sin pensar, yo denigraba en su hijo, en la creencia que hacía lo contrario, que al culpar a Juan quería más a Adela. Y Gertrudis lo hizo sin pretenderlo y sin decirlo expresamente. En un momento determinado me di cuenta que aquella personilla era lo único que podía abrazar y besar de Adela. El resto tan solo eran recuerdos. También se despertó en mí la obligación paterna, la conciencia de ser padre. Y cambié la forma de mirar a Juanín al ver cómo lo hacía ella, como le trataba, cómo me hablaba de él. Su preocupación por ser aceptada tanto por mi hijo como por Servanda. Todo ello se lo debo a Gertrudis. Y dice usté que he hecho las cosas sin esperar nada a cambio…
—Y sigo pensándolo.
—Haga usté lo que le parezca oportuno. Uno tiene derecho a estar equivocado. Pero le diré más, también entendí que se puede estar agradecido a una persona y a la vez estar enamorado de ella. Yo no tenía claro que Gertrudis estuviera enamorada de mí, que su sentimiento no fuera más allá de la gratitud que usté demanda de todos hacia mí. No las tenía todas conmigo, por su inocencia, por su juventud, por su inexperiencia y por sus experiencias recién vividas. Esa era mi gran duda. Y creo que también la de ella, aunque Gertrudis no fuera capaz de concretarla por los motivo anteriores. Yo veía que se sentía desamparada. Pero al observar la relación que creó con mi hijo, pensé en Adela y en el derecho que tenía Juan de tener otra madre, así como en el derecho que habían arrebatado a Gertrudis. Ella no lo sabía entonces, pero yo supe desde un principio que ella no podría concebir jamás. Por ello me di o nos di un tiempo para ver cómo evolucionaban los sentimientos de Gertrudis hacia mí. Nunca quise presionarla y no creo que lo hiciera, pero de haber sido así, no me lo reprocho en absoluto. Lo que me empujaba era fuerte y limpio. Pero ve, a causa de Juan he hablado más de lo que me hubiera gustado. Por eso no quería empezar. Acabo con el tema de Juan diciéndole que, ahora, es un próspero abogado.
—¿Afectó a su hijo la guerra?
—Como le he dicho he acabado el tema Juan.
—Perdone, bastante ha dicho, lleva razón, no voy a insistir. Aunque la siguiente pregunta… Me parece a mí que… No sé yo si la va a tener a bien contestar, aunque no lo debería decir. Hábleme de Gertrudis, de su relación con ella.
—Se equivoca de cabo a rabo. Sí se la voy a contestar, otra cosa es que le parezca a usted insuficiente la contestación. Gertrudis y yo hemos sido y somos muy felices. Punto.
—Ya sabía yo…
—No pretenderá usté que le meta en la alcoba con nosotros.
—No, por supuesto que no. Quizá mis ansias de información me estén haciendo perder el respeto debido.
—Me alegro que, al menos, se lo plantee. Últimamente en este país no suelo encontrarme con ese respeto. Y es de agradecer. Y no es que antes se respetara más, pero me parece a mí que había más excepciones que ahora.
—Pero, permítame otra pregunta sobre su esposa que sí veo apropiada.
—Usté dirá.
—Gertrudis pertenecía a una clase social, digamos que distinta a la suya, ¿no?
—Pensará que ha descubierto usté América con esa observación. Pero, vamos, que le contesto lo que ya sabe, que sí.
—¿Y cómo la aceptaron sus conocidos, el entorno de usté quiero decir. Y entienda que no hablo de sus amigos íntimos, sino de amistades.
—Mire, cuando nos casamos, y aún antes, Gertrudis ya había adquirido, digamos, ciertos modales gracias a la influencia de las señoritas que vivían en el tercero de la calle Españoleto, a las que poco he podido agradecer lo que hicieron por ella. No sólo la enseñaron a leer y a escribir, historia o matemáticas, sino también a saber estar en sociedad, a usar los cubiertos y las copas, a cómo tratar a las diferentes personalidades, al modo de comportarse. En fin, usté me entiende. Aunque ahora no sirva para mucho, porque parece ser que los condes, duques y demás nobles parecen haber desaparecido de la faz de la tierra, pero bueno. Por ello y por cómo es ella, y viéndose apoyada y acompañada por mí en todo momento, superó con creces las pruebas que, sobre todo las mujeres de las nuevas clases dominantes, que a mí nunca me han terminado de convencer, le pusieron sin que hubiera necesidad de parar los pies a nadie. Sí intentaron marcar distancias con ella, pero como con todos. Ya sabrá que cualquier vencedor intenta ser siempre reconocido como tal. Y, como casi siempre, los que tienen menos que ver con ese triunfo son los que más lo reclaman. Lo cierto es que la lectura también le ayudó mucho. Cuando vieron esas mujeres que Gertrudis les superaba en muchos aspectos, yo diría que en todos menos en importancia del marido, la dejaron en paz. Ella nunca se sintió atacada. Por otra parte, ya la conoce, supongo. Contra la sencillez, poco se puede hacer. Aunque sí es cierto que ese roce, además de otros, por mucho que yo intenté evitarlo, le terminó por robar esa candidez que yo siempre juzgué como un tesoro. Pero vivir tiene un precio. 
—¿Y los negocios?
—No me da usté tregua, ¿eh? ¿No quiere usté tomar un café u otra cosa que le apetezca?
—No, muchas gracias.
—Yo sí me voy a servir un vaso de agua. Hacía mucho tiempo que no hablaba tanto ni tan seguido. Permítame.
—Faltaría más.
—Bueno, me preguntaba sobre los negocios. No le puedo decir que van mal, pero tampoco que van bien. Y lo que tengo claro es que si no aparece alguien interesado en seguir el negocio de los chocolates, esta fábrica desaparece cuando yo lo deje. Y si no, al tiempo.
—¿Y su hijo?
—Juan es feliz con lo que hace. Y a mí me parece bien. Quiere hacer las oposiciones a notaría. Ha tenido la suerte de poder elegir, no es un reproche, no crea. Él es consciente de ello y lo aprecia, y eso nunca es malo.
—Bueno, y ya por último, hábleme de la guerra.
—No, caballero, de eso no le voy a hablar. Lo tengo muy clarito. Ni siquiera tan escuetamente como lo he hecho de mi matrimonio.
—Como usté quiera. Entonces, sólo me queda agradecerle su tiempo y sus palabras, don Mauro. Aunque me gustaría seguir charlando como amigos o posibles amigos.
—Creo que eso va a ser muy difícil, caballero. No sé cómo ha conseguido llegar hasta aquí, pero, dese por satisfecho. Y si lo consigue de nuevo, no dude en llamarme. Aunque para mí no ha sido el encuentro tan grato, por las preguntas, no se confunda, no me importaría volver a hablar con usté, pero de otros asuntos que no sean tan personales. Me ha caído usté muy bien. Y quién sabe si con el tiempo no le haría alguna confidencia —don Mauro sonrió, se levantó de su sillón, me ofreció la mano que yo apreté y me fui satisfecho, pero con la pena de dejar atrás un posible amigo y una persona honesta. Y ya, en la puerta recordé, me volví y le hablé.
—Sabe usté, muchas lectoras le han puesto por las nubes. Y no es que yo dudara, pero ahora conozco mejor el motivo. Adiós, caballero.  


Volvió a ocurrirme lo que en la cafetería con Antón. No podía salir de la fábrica de chocolates. Me volví y el olor me volvió a atrapar. Aunque no me gusta mucho el dulce no era un mal sitio donde quedarse encerrado, había otros peores, desde luego. Sonreí al recordar el subterfugio usado por la rana para ganar su apuesta. Luego miré el primer peldaño de la escalera que subía hasta las oficinas, me imaginé a Balín allí sentado y retrasé un poco mi vuelta. La entrevista me había parecido muy corta. Me coloqué donde imaginaba que el crío esperaba las órdenes de Antón o don Mauro. Me quedé allí un rato, absorto. Cuando sentí un escalofrío supe que era hora de regresar, así que extraje la carta de Mendrugo y pronuncié la palabra que aparecía en el recuadro de forma intermitente. En este caso era otra vez “COSO”.    

  

domingo, 27 de marzo de 2016

Saco para el parqué


¿Un saco para el parqué?

El parqué ¿no va en el suelo?

Convencionalmente, si.

Pero en mi casa ha habido tres averías en menos de dos meses y se ha empeñado en emigrar.

Empecé metiéndolo en un cubo de cinz, después una bolsita de plastico, luego otra...

Al final ayer decidí hacer un saco de urgencia, tremendo, de 40 x 60 cm.

Para colmo de los males, no cabe todo (y en espera de que termine de salir corriendo alguna tablilla más).

Mi Jc dice que si lo colocara seguro que entra todo.

Buffff, ¿cómo me voy a poner a colocarlo?

Se cree que estoy más loca de lo que estoy.

Bueno, quizá debería... no sé, no sé.

¿Para qué lo guardo? Para encender la chimenea.

Bueno, es tóxico, si, pero ese día nos ponemos mascarillas y listos.

¿Qué tal el cambio de hora?

Yo fatal, me he levantado tarde y una hora después.

Y sigo coso que te coso...

sábado, 26 de marzo de 2016

The makers V Somos seis

El grupo iba creciendo, y ya estábamos pensando en volver a quedar. 

La verdad es que de forma individual te vas encontrando pillada, y se le ocurrió a Beatriz hacer una kedada todas juntas (menos mal que guardo los email porque creí que se me había ocurrido a mi, yo sólo cumplí sus deseos)

Lo que sí pensé es  que había gente en Madrid a la que me apetecía conocer, y ni corta ni perezosa, contacté por email con todas las que se me ocurrieron en ese momento que conocía por sus blogs y por comentarios que dejaban en el mío.

La verdad es que sólo se apuntaron dos nuevas, las demás o no les apeteció o tenían otras cosas que hacer.

Yo con mi vicio de llegar pronto, me encontré con Lola, de Laboreando voy,  que también llegó antes de la hora.



Lola está al fondo a la izquierda, justo enfrente de mi, y esta foto es del 18 de diciembre de 2014.

Con Lola llevaba un par de meses intercambiándonos correos, y teníamos muchas cosas en común: un hijo fuera (yo una hija), las niñas con Magisterio las dos, los niños informáticos... nuestras raices extremeñas (mis padres aunque de Toledo, sus costumbres son extremeñas),  en fin, que ya habíamos dicho de conocernos y aunque su hijo llegaba al día siguiente ella se apuntó.

Conectamos enseguida, Lola es muy observadora, sabe escuchar, te analiza (miedito me da, siempre lo clava) y es que es la psicóloga del grupo.

Es fuerte, luchadora, y también dice claramente lo que no le parece bien, ole, ole y ole.

Con Lola tengo una relación especial porque ya sabéis que estamos haciendo juntas el DJ y ahí vamos tirando una de la otra en esta aventura.

Lo bien que lo pasamos, regla en mano, viendo que la diagonal no encaja exactamente con el bloque, eso no tiene precio. 

¿The Makers VI Somos siete, quién sera?

Y sigo coso que te coso...

P.D. Si os habéis perdido las entradas anteriores y queréis ver la formación del grupo, pinchad aquí.

viernes, 25 de marzo de 2016

Más de 1, más de 100, menos de 100 (XXXVI)


Llegué al blog de Laura de Deblau, a través de estas bolsitas que me parecieron la mar de simpáticas.

Cuando encuentro algo de mi gusto, indago porque seguro que tiene más cosas interesantes.

Y, claro que si, es un blog precioso, lleno de encanto, encaja perfectamente en esta sección: lleva más de 1 año, tiene más de 100 entradas y menos de 100 seguidores (a fecha de hoy 95).

Además, es el primer blog que me encuentro que lleva unos meses sin publicar, quizá ahora si le dejamos comentarios se anime y le apetezca retomarlo. ¿Quién sabe? ¿Nos gustan los retos? Pues aquí tenemos uno.

Laura, de tu blog me han sorprendido muchas cosas pero, lo que me ha dejado a cuadros ha sido la entrada en la que bordas una frase en cartón para regalar a tu hermano. Ya le estoy yo dando vueltas...

Como te gusta tanto bordar, también lo consigues en una tapa de plástico de un tarro de crema. 

Laura, si estabas un poco desanimada, creo que es el momento de volver, siempre que te apetezca, claro. Creo que puedes aportar mucho.

Esta entrada va por ti y para ti.

Si os habéis perdido las anteriores, las podéis ver aquí.

Y sigo coso que te coso...

jueves, 24 de marzo de 2016

Probando, probando

Cuando empecé a hacer las cestas con bolsillo, saqué todos mis vichys y me dediqué a hacer pruebas.

Pensé que el resultado de mezclar diferentes vichys me iba a gustar, ¿no hubiera sido más fácil superponer las telas y verlo? Pues no, yo tiro de cuter, de máquina de coser y lo veo en vivo y en directo.

Bueno, al final no me parece tan mal, hasta la estoy cogiendo cariño, pero no repito, me parece que queda mejor con los mismos cuadros.


¡No tengo arreglo!

Y sigo coso que te coso...

miércoles, 23 de marzo de 2016

¿Nos gustan los hexágonos? ¿Y las ovejas?


Si nos gustan los hexágonos, que somos muchas las adictas y, además, nos gustan las ovejas, que yo me estoy aficionando (la culpa la tiene Beatriz), podemos hacer algo como lo que me he encontrado aquí.

¿No me digáis que no es simpático?

¡Qué imaginación!

¡Viva la creatividad!

Y sigo coso que te coso...

martes, 22 de marzo de 2016

500.000 visitas

Bajada de http://granada.geokeda.es/
Y 500.000 millones de gracias, ¿cómo iba a imaginar que en menos de tres años iba a llegar a esa cifra?

¿Medio millón? Pues si, medio millón.

Todo gracias a vosotros que día a día, post a post, me acompañáis en esta aventura.

La verdad es que cuando empezamos en el mundo blog, no nos imaginamos las alegrías que nos va a dar. Es mi experiencia y pienso que de la mayoría.

No os creáis, a veces me cuesta escribir, claro que si y mucho, pero sois tan generosos con vuestros comentarios, y me transmitís cosas tan tiernas, que si un día fallo no me encuentro bien.

Puro egoísmo.

Bueno, vamos a seguir que esto no ha hecho más que empezar.

La fiesta continúa.

Y sigo coso que te coso...

lunes, 21 de marzo de 2016

5ª entrevista: Antón

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Entre puntada y puntada
 4ª puerta

Al volver de entrevistar a Joselillo, mejor dicho, a José, pensé que había un personaje de esos que consideramos secundarios que parecía no tener mucha importancia dentro de nuestra historia. Ahora bien, de no haber existido, no hubiera podido discurrir el relato tal como pensé. Caso contrario, por ejemplo, al de Cirilo, personaje que pensé en omitir, y ya sabréis el motivo más adelante, pero claro, si me cargaba a Cirilo, Carmina iba detrás, y a mí, esa mujer me cae fenomenal. Bueno, al que me refería al principio era a Antón. Un hombre en apariencia gris, como tantos otros que pueblan el mundo, y que gracias a ellos funcionan los negocios y las relaciones personales, incluso sirven de aglutinante de la sociedad con su quehacer diario, su cariño y su lealtad a valores, que ya muchos tildan de trasnochados y no por ello son menos importantes entre nosotros. Uno de esos valores es el respeto, pero no aquel que emana de la autoridad que te obliga, sino que nace de la igualdad, de sentir que uno tiene el mismo derecho que otro por ser igual que aquel otro y viceversa. Antón, a pesar del extremismo al que sometió a aquella sociedad la guerra civil, jamás pensó que don Mauro fuera su enemigo, ni el patrón se sintió amenazado por su empleado. Ambos se respetaban porque se veían de la misma pasta, compañeros de un proyecto que ambos veían viable. Había que resolver los problemas para bien de las partes, no para el interés de una. Con ese prejuicio me preparé la siguiente entrevista, y a parte de la carta, me eché al bolsillo una pequeña grabadora, regalo de mi hija. No pensaba sacarla a la luz la grabación, pero como mi cabeza se resiente del golpe que me di al nacer, no me vendría mal el artilugio para traerme las declaraciones de aquel personaje. La admiración hacía él había ido creciendo en mi interior según emborronaba el papel. Cumplí la parafernalia que ya me aburría un poco impuesta no sé si por Mendrugo o para diversión de las ranas, que algo se debieron oler porque, antes de agarrar el picaporte de la cuarta puerta, me dieron un abucheo digno de uno de esos políticos con los que pasamos hambre y sed de justicia. Me sentí como si me hubieran hecho un “escraches”, como dicen los argentinos, porque las ranas incluso portaban pequeñas pancartas, en las que pude leer cosas tales como: “No al aburromiento” o “Escritores = Traidores” y cosas por el estilo. En fin, que esta vez cerré la puerta a mi espalda con un portazo y me deslicé por el suelo diseñado en forma de damero donde el negro era sustituido por el rojo como la tapicería de los bancos corridos y de las sillas. Me senté a una mesa, junto al escaparate y me reconocí en el Gran Café de Gijón, en Madrid, frente a un hombre sentado del que se podría decir que “bailaba” en el banco corrido por su recogimiento físico.

—Buenos días, ¿Antón?
—Sí. Y que lo sean para todos, caballero. Siéntese por favor y tenga en cuenta que estoy en horario laboral. Y, aunque Mauro es muy permisivo, no quiero abusar de su bonhomía.
—Bonita palabra.
—Y que define perfectamente a la persona de la que hablo, se lo asegura quien lleva con él alrededor de veinticinco años, aunque le conozca de antes.
—Sí, lo sé. No se olvide que yo he contado parte de sus vidas y he sido el primero en enterarme de todos sus buenos actos. En efecto, yo también le considero un buen hombre, aunque no olvido otras muchas virtudes que atesora.
—Tiene usté razón. Por ello no entiendo el motivo de que quiera entrevistarme a mí y no a él. Aunque con este gripazo que tengo no me entero de mucho, la verdá. Espero no pegárselo.
—No se preocupe. Y respecto a don Mauro, todo se andará. Aunque si le matizo el motivo de esta entrevista, creo que lo entenderá a la perfección, Antón —y, por supuesto, se lo maticé y él entendió. Mientras, y disimuladamente, apreté el botón rojo “REC” de la grabadora que llevaba y que deposite en la mesa bajo mi parpusa de pata de gallo.
—Bien, tal como decía usté, ahora sí me lo explico.
—Si le soy sincero, yo, en un principio tampoco le había tenido en consideración para las entrevistas, pero luego, por los comentarios de las lectoras y lo que usté influyó en el desarrollo del relato cambié de opinión. Y aquí estoy, convencido de lo que hago.
—Claro, usté pensará que los personajes seguimos con nuestras vidas aun cuando nuestra historia escrita es cerrada por el autor, en este caso usté mismo, ¿no?
—¿Y no es evidente?
—En mi caso sí, desde luego. En ese sentido sólo puedo hablar de mí y de los  míos, incluso de la gente que veo a diario. Pero eso no significa que en otras fantasías ocurra, ¿no cree?
—Pues mire, en ese sentido he pensado muchas veces qué perlas nos hubiera dejado Quevedo si en vez de un escritor real hubiera sido una fantasía. Don Quijote, por ejemplo, cada vez que me pongo a vivir con él sus aventuras, aun sabiendo que al final se produce su muerte, le sigo viendo más vivo que muchos de los que deberían leer sus andanzas. Aparte de lo que aprendo y me hace pensar, así que no me importaría estar rodeado de locos como él o encontrar el modo de introducirme en su historia. De hecho lo intenté, pero me hicieron trampas, bueno, no exactamente, pero me la jugaron. En ésta he podido no sé como, acaso porque la escritura y las ranas —dije muy bajito— me permiten esta licencia. Si en la vida real cualquier situación es factible, ¿por qué no en la ficción?
—Pero Quevedo no es un personaje, es un autor, como usté.
—Bueno, eso de que yo soy como Quevedo, vamos a dejarlo a un lado. Lo que sí es cierto es que los dos escribimos, pero la comparación no la admito. Hay tal abismo como entre Sancho Panza y don Pablos. Aunque reconozco que tiene razón en su primera afirmación. Cambio el comentario. Me gustaría ver al de Tormes deambulando por aquí, aunque seguramente no tendría la lozanía que emana en esa historia que un desconocido nos dejó para disfrutar de ella y para definir todo un género literario, aunque algunos lo pongan en duda.
—La picaresca estará siempre presente en nuestra sociedad, caballero. Pero me parece que nos hemos ido del tema.
—Como siempre usté tan preciso y concreto.
—Deformación profesional, supongo.
—Perdone, pero es que me pongo a hablar de estos temas y me olvido de todo lo demás.
—Rogelia también me critica que soy puntilloso.
—Lo mío no era una crítica, sino un halago, Antón.
—Se lo agradezco entonces.
—Por cierto, ¿qué tal su mujer y su hijo? ¿Rafita, verdá?
—Sí, Rafa. Muy bien, gracias. Mi mujer envejece mejor que yo. Acaso porque en lo físico ella es más mujer que yo hombre. Y Rafa ya no es Rafita como le digo. No le va mal, la combinación de un hombre enclenque y de una mujerona no ha resultado tan mala —sonrió feliz—. Se ha casado y ya nos ha hecho abuelos, ¿sabe?
—Mi enhorabuena a los tres. Bueno a los cuatro, su nuera también cuenta.
—Y mucho, sí. Muchas gracias en nombre de todos, aunque, a lo mejor esto no le importa.
—No, no se equivoque. Al contrario. Como le he explicado es a lo que he venido.
—Bien, ¿tiene alguna pregunta más?
—Sí, claro.
—Pues adelante.
—¿Cómo le afectaron los días que pasó solo en la quintana de los padres de Gertru?
—Vaya, qué directo es usté. Bien, tengo claro que perdí la razón que me guiaba y me guía aquí en mi vida normal y cotidiana. Pero, más que perderla, la verdá es que yo creo que se ajustó. La única forma que encontré para sobrevivir a esa soledad fue amoldándome a las circunstancias que allí imperaban. Aunque no lo hice adrede. La mente humana es una verdadera maravilla. Yo diría que tan maleable como la arcilla. Yo creía que esa vivencia se había quedado allí, en los montes asturianos, hasta que un día, después de cenar, siendo ya relativamente mayor Rafa, surgió la conversación sobre la vejez, y eso siempre lleva a matar de palabra a alguien. Mi hijo, en broma, insinuó que como yo era más débil que su madre, y como siempre ocurre al revés de lo que se piensa, su madre “se iría al otro barrio”, como él dice, antes que yo. Como ve, el tema de mi “enquenclez” sigue siendo recurrente hasta en mi propia casa, pero ya no me molesta. Pues bien, esa noche me di cuenta de que si la vida nos llevaba donde mi hijo proponía sería mejor que fuera al revés. No sé porqué pensé que sin ella, sin Rogelia, estaría más solo que en aquel valle. Allí, al fin y a la postre en la quintana podía hablar con los bueyes. Luego sé que me afectó de algún modo. Después de aquella conversación  me volví más miedoso, cosa que a mi edad es normal por otro lado. Como dicen por ahí según nos viene la vejez nos vienen los miedos. Además, quedó en mi alma un desgarrón que nunca he podido restañar, igual a la alegría que experimenté cuando supe que mi encargo había llegado a buen término, incluso había superado las expectativas. Ese equilibrio emocional es lo que creo que me ha mantenido lúcido hasta el día de hoy. Eso y cómo me mira la señora Gertrudis. Aún hoy recuerdo también las miradas de Xana y Queitano cuando nos volvimos a ver en Madrí. Por supuesto, al final, la alegría minimizó la tristeza, pero a mí aquello me marcó para siempre. Ellos no se dieron cuenta de cómo les miraba yo a ellos.
—¿Qué sintió cuando vislumbró la figura de Feliciano en el horizonte?
—Su relato se ajusta mucho a la realidad.
—Pero cuénteme.
—No sé, supongo que me volví loco o, al revés, recobré la cordura. Sólo recuerdo un ímpetu por correr, por abrazar cuanto antes a esa persona que se me acercaba, en la que desde que distinguí había depositado todas mis esperanzas. Aunque también se me pasó por la cabeza que eran imaginaciones mías. Luego, al sentir entre mis brazos a Feli, hube de reconocer que esta enclenque persona importaba a alguien en su locura. Y no sólo a los que tuve siempre presentes durante aquellos días. En definitiva, supe que nunca había estado solo.
—¿Sigue en contacto con Feliciano? 
—Por supuesto. Ahora tiene una flota de taxis en Gijón. Pero nunca ha dejado de conducir para los demás. Más de un año hemos ido a visitarle, a él y a su familia.
—¿Y cómo fue que se le ocurrió a su amigo ir a buscarle? Eso no me quedó nunca claro.
—Por lo cotilla que fue.
—No entiendo.
—Verá. ¿Se acuerda de la nota que escribí en la pensión, la que entregué junto con mis cosas a la dueña de la pensión antes de salir hacia los montes? —preguntó Antón.
—¿El sobre que contenía dinero? —devolví la pregunta.
—Sí, ése. Pues resulta que la buena mujer vio excesivo el pago de sus servicios, así sacó del sobre los billetes que creyó eran justo pago y sin ver mi nota volvió a introducir el sobre en la maleta que me compró Rogelia, maleta que aún conservo, por cierto, y que dejé a su cuidado. Feliciano, cuando empezó a preocuparse visitó la pensión y preguntó a la dueña. El caso es que hurgó entre mi equipaje y encontró el sobre con el dinero y la nota que yo había dejado por si me ocurría algo fatal. Así que se puso en contacto con Mauro y éste le puso al corriente de todo.
—¿Y?
—Y el muy imbécil tomo la decisión de que su cliente no merecía ser tragado por los montes. Y como en ese momento tenía la misma información que yo cuando empecé a caminar por aquellos lares, llegó también donde yo había llegado. Eso sí con más facilidad, a pesar de su rodilla que se resintió, y de qué forma. Tuvo que operarse tres veces. Y, como siempre, el ángel de la guarda de todos nosotros volvió a dar la cara y se hizo cargo de todos los gastos.
—Don Mauro.
—¿Quién si no? Incluso de su recuperación y de los pagos del Ford. Todos pensamos en aquellos momentos que se quedaba cojo, que le cortaban la pierna, pero al final todo se arregló, y aunque no quedó perfecto, apenas cojea y puede conducir, que era lo que a él le preocupaba.
—Me alegro por él. Él y su familia son unas buenas personas.
—¿Quiere que le dé su dirección?
—No me importaría hacerles una visita.
—Los padres murieron.
—Supongo que su hermano Pantaleón no.
—Supone mal. Después de entregar Asturias a los nacionales, se echó al monte con una partida de guerrilleros. Fue lo último que supo de él Feli.
—Vaya, hombre. Aún así, déjelo, no me la dé, no tendría oportunidad. Tuve que seleccionar a los personajes para estas entrevistas, Mendrugo así me lo estipuló, y al final decidí que sólo serían los protagonistas de la historia.
—Es la primera vez que alguien me califica de tal.
—¿Protagonista?
—Ajá. ¿Y quien es ese tal Mendrugo?
—No importa. Pero sin usté hubiera sido imposible desarrollar mi relato por donde yo quería llevarlo. Y menos que hubiera acabado tal como acabó. Bastantes penurias les he hecho pasar en su día a día, como para que les diera un golpe bajo rematándoles con un final doloroso. Aunque a punto estuvo, no se crea.
—Vaya, pues entonces se lo agradezco.
—No hay motivo. ¿Y Rogelia?
—¿Qué pasa con Rogelia?
—Que le dio por perdido.
—La verdá es que no lo sé, aunque me extraña que se rindiera. Nunca ha querido compartir conmigo, y creo que con nadie, aquellos días de angustia en los que no supo nada de mí. Al igual que Mauro. Sólo sé, respecto a los dos, que desde el momento que regresé algo cambió. Fue como si ambos me tratasen con excesivo respeto. Creo que, en el fondo, ninguno de los dos pensaba que era capaz de hacer lo que ellos llaman la gran aventura de Antón. Y Rogelia debió de hablar con su hijo, porque Rafa nunca ha dejado de mirarme con una admiración anormal, sobre todo cuando le tocaba pensar que su padre era un don nadie. Como si me viera siempre con los ojos de cuando tenía seis o siete años y pensaba que su padre era un héroe que todo lo podía. Su guasa respecto a mi constitución física esconde una pregunta íntima. ¿Cómo fue capaz padre de hacer lo que madre me ha contado? En fin, que aquella aventura, salvo el conocimiento amargo de la soledad y el desamparo, sólo me ha traído reconocimiento de la gente que me importa. Y le aseguro que es una satisfacción y una motivación inimaginables.
—¿Influyó su éxito en su sueldo?
—Su pregunta raya con el insulto.
—Perdone si le he parecido impertinente, sólo me mueve el afán de recavar información. No pretendo molestar a nadie ni prejuzgar nada. Si no quiere, no conteste. Lo entenderé.
—La respuesta es un no rotundo. Mauro pagó de otra manera más elegante el encargo que me hizo.
—¿Puedo preguntarle cómo?
—Parece que se siente usté con autoridad moral para hacerme cualquier tipo de pregunta.
—Si he de confesarlo, sí. Pero no por mi mismo. Es aquella que me otorgan las lectoras de Entre puntada y puntada, no es un privilegio mío. Por mí mismo no la tendría, como le he dicho.
—Bien, aunque creo que esta pregunta se la debería hacer usté al interesado. Yo sólo puedo dar una opinión subjetiva. Se la expresaré. Hablé con Mauro de este tema porque yo siempre había sentido un gran agradecimiento  y una gran admiración por él. Pues bien, después del viaje a Asturias, él también sintió lo mismo hacia mí. Me hizo partícipe de este negocio, lo que es también de agradecer. Ese acto de cesión de propiedad le comparo con dejarme entrar en su casa y compartir su herencia conmigo, un extraño al fin y al cabo. Le doy más importancia que lo que representa económicamente. Por otro lado, el sueldo seguimos tratándolo como jefe y empleado. Eso que quede claro. Jamás abusaré de su confianza ni de su agradecimiento, tal como yo sé que él tampoco lo hará hacia mí. Yo era su única salida para aquello. Y la señora Gertrudis se lo merecía.
—Muchas gracias por participarme estos asuntos tan delicados e íntimos, Antón. Muchos otros no lo hubieran hecho. Gracias.
—Según usté, sus lectoras es lo que se merecen y le obligan a ser curioso o entrometido.
—¿Quiere llamarme cotilla? Hágalo, no me sentiré ofendido ni insultado. Le entiendo, yo también soy muy celoso de mi vida.
—Pues quien lo diría, caballero.
—¿Se ha molestado?
—Un poquito. Pero no por mí, sino por tener que hablar de otras personas.
—Bueno, Antón, sólo me queda preguntarle por Balín.
—Y a mí contestarle que no puedo hablar de aquel crío. Si bien Mauro aún puede desmentir o corregir mis opiniones, Balín no. No se lo puedo decir más claro sin emocionarme.
—Tanto que no voy a insistir en ello.
—Se lo agradezco. Porque no me encuentro muy bien.
—Y yo le agradezco a usted la claridad y la precisión que ha usado para contestar mis impertinentes preguntas. Un placer, Antón —me levanté y le tendí la mano que me estrechó también de pie.
—Lo mismo digo, caballero, y espero que esas lectoras queden satisfechas. Adiós. Mi trabajo me espera. Aunque no sé yo…
—Y a mí el mío. Adiós. Y cuídese esa gripe.


Antón salió primero por la puerta del café, después de coger mi gorra y parar la grabación, me abrigué y lo intenté yo, pero la puerta no se abría. Pensé que hasta ahí podía llegar con mis movimientos en el tiempo, con lo que allí, de pie, saque la carta de mendrugo y mire el recuadro. La palabra era lógica hasta cierto punto, porque en una cafetería se podía tomar también un té, pero la escrita no tenía acento, así que, la dije en alto: “TE” y antes de aparecer en casa vi la cara extrañada de un camarero por pedir en la puerta una infusión. Lo que no sé es lo que pensaría al verme desaparecer. Al verme sentado en el sofá con la pequeña grabadora en la mano me alegré más de lo que estaba. Rebobiné la cinta y dispuse a escuchar lo que había grabado, por primera vez no tenía prisa en volcar sobre blanco el negro de mis palabras, las había almacenado con aquel útil artilugio. Pulse el “PLAY”, cerré los ojos y me repanchingué a la espera de oír la voz de Antón y la mía. Pero en vez de eso lo que escuché fue unas carcajadas corales de unos anfibios que pasaron a emitir gritos de protesta sobre mí. Antes de apagar escuché el motivo de que la cinta no reprodujera lo que yo esperaba: “Listo, en aquella época no había grabadoras”. Así que, corrí a mi mesa de trabajo para poder volcar en el papel lo que recordaba que Antón me había contado. Algo me dejé en el tintero, pero creo que pude salvar la esencia de la entrevista. Queda a vuestro juicio.